Basándome en un estudio realizado por
Don Salvador Rodríguez Becerra y Don Salvador Hernández González, componentes
del Grupo de Investigación de la Universidad de Sevilla, titulado
"RELIGIÓN Y RELIGIOSIDAD EN LA COMARCA DEL ANDÉVALO (HUELVA)", haré
una síntesis del mismo, sobre todo en lo relativo a la población de Calañas.
En el Andévalo, hasta el siglo XIX en
que aparece la minería y recibe una fuerte emigración potenciando sus recursos
industriales, los principales pilares de su economía eran la miel y la cera,
debido a su tradicional pobreza agrícola y ganadera. Por esas fechas las parroquias
eran los centros básicos de acción eclesiástica y dependían de una
archidiócesis muy alejada (Sevilla). Sabemos que la población era poco
eclesial, sobre todo por la tradicional oposición entre los mineros y los
poderes constitutivos (el eclesiástico en éste caso).
Con la incorporación de las tierras
del Andévalo a la corona castellana durante la Reconquista, éstas quedan
adscritas al Arzobispado de Sevilla, hasta mediados del siglo XX fecha en que
se crea la actual Diócesis onubense. El territorio diocesano se dividió en
Vicarías, agrupando una serie de parroquias urbanas y rurales, y que realmente
fueron creadas para el cobro y la distribución del diezmo.
Según aparece en el Libro Blanco de
la Catedral de Sevilla elaborado hacia 1411, las poblaciones de la comarca del
Andévalo dependían de la Vicaría de Niebla (Beas, Calañas, Valverde del Camino
y San Benito del Álamo). En 1572 se crea la Vicaría de Pueblo de Guzmán,
separada de la de Niebla. Después de sucesivos cambios, en el siglo XVIII,
Calañas, además de El Almendro. Alosno, Cabezas Rubias, Paymogo, Puebla de
Guzmán, Santa Bárbara y Villanueva de las Cruces, quedaría integrada en la Vicaría de Puebla de
Guzmán.
Según consta en el Libro de los
Curatos del Arzobispado de Sevilla de 1791, el pueblo de Calañas :
Las parroquias de la Vicaría se
mantenían principalmente de los diezmos de esa y que eran incrementados con los
donativos, ingresos por entierros y sepulturas, limosnas, etc. Se convirtieron
en la célula básica de la vida religiosa y en el centro físico de la vida local
y principal punto de referencia para todas las relaciones sociales. Las
parroquias estaban dirigidas por un determinado número de sacerdotes,
jerarquizados, que desempañaban distintos cometidos dentro de ellas. En Calañas,
según las respuestas del Catastro de Ensenada de 1751, había 20
eclesiásticos (16 presbíteros y 4 de
órdenes menores) . A lo largo del siglo XIX, según aparece en el Diccionario de
Pascual Madoz, la nómina del personal que atendía las parroquias desciende
visiblemente, según vemos en lo relativo a Calañas, donde quedan: 2 curas, 1
ecónomo, 2 beneficiados y 2 Presbíteros (se pasan de los 20 que había a sólo 7).
El siglo XX nos traerá un cambio
sustancial sobre todo con la creación de la Diócesis onubense en virtud de la
bula del Papa Pío XII de 22 de octubre de 1953. Su primer Obispo, Monseñor
Pedro Cantero Cuadrado conforma un mapa eclesiástico totalmente diferente a lo
anterior integrando las parroquias de la zona en el Arciprestazgo del Andévalo.
Cabe destacar la ausencia de fundaciones conventuales, con la única excepción
de Calañas, con la presencia del Beaterio de Carmelitas bajo la advocación de
San José que prolongó su existencia hasta 1950 (Martínez Carretero, 1999) y el
Beaterio de Terciarias franciscanas de la Puebla de Guzmán, ambos en la
actualidad en manos de Salesianas. Madoz, cita en el siglo XIX un Beaterio de
Carmelitas calzadas de la Virgen de Flores en Zalamea la Real, del que no se
tienen más datos.
En el siglo XX comienzan a aparecer congregaciones
femeninas dedicadas a labores asistenciales y de enseñanza, que se hacen
presentes en algunos núcleos de población ( En Calañas, la Congregación de
Hermanas Salesianas a partir de 1950).
Podemos decir que la comarca del
Andévalo se caracteriza por su devoción mariana, proceso de cristianización
iniciado con la reconquista castellana. Por un lado aparecen las advocaciones
vinculadas a la parroquia en calidad de titulares de sus templos (en Calañas,
Santa María de Gracia) y por otros surgen otras advocaciones que dan nombre a
santuarios y ermitas, vinculadas a relatos sobre la milagrosa aparición o
hallazgo de imágenes en lugares santos emplazados en el medio rural (en
Calañas, la Virgen de la Coronada y la Virgen de España). Ésta nueva forma de
expansión del cristianismo frente al establecido Islam, llena los campos
andaluces de ermitas que protegerán los campos y bendecirán los caminos, las
fuentes, las montañas y las cuevas, siendo la figura de María con su Niño el
símbolo de fertilidad y protección maternal tan necesaria en el medio rural de
los hombres para salvaguardar sus cosechas y ganados. Ante esto, la Iglesia,
crea en 1261 el Priorato de Ermitas, que se encargaría del control, vigilancia
y administración de todas las ermitas de la Archidiócesis. Así, el Prior, en
sus visitas periódicas, inspecciona, nombra, destituye, tanto a mayordomos como
ermitaños o santeros, pidiéndoles cuentas de los gastos e ingresos de su
gestión y a su vez controla las hermandades y cofradías establecidas en ellas.
Estos santuarios rurales tiene en
común que son la devoción más acendrada de cada una de las localidades, que las
imágenes se ubican en ermitas rurales, que su ubicación en ellas se justifica
por la leyenda de la aparición o hallazgo, que sus fiestas se celebran con
romerías (con o sin traslado) y que las procesiones se celebran en torno a las
ermitas incluyendo danzas rituales de grupos.
Los núcleos con santuarios marianos
más importantes en el Andévalo han sido: Puebla de Guzmán (Virgen de la Peña),
El Almendro-Villanueva de los Castillejos (Virgen de Piedras Albas), Calañas
(Virgen de la Coronada y Virgen de España), Villablanca (Virgen Blanca), El
Cerro de Andévalo (San Benito) y Alosno ( San Juan, único santuario urbano con
sede en la Iglesia Parroquial). Estos
santuarios fueron recogidos en "repertorios" , siendo el que cita por
primera vez a los del Andévalo, el de fray Felipe de Santiago de Guzmán,
franciscano de La Rábida, escrito en 1714, quien probablemente recopiló o
escribió estas leyendas de aparición de la Virgen a partir de los papeles
utilizados por los frailes del propio convento y de otros para la preparación
de sus sermones en las fiestas (Lara Rodenas, 1995). Estas historias marianas
pertenecen al área de influencia del convento de La Rábida, origen y causa del
manuscrito, citando a Nuestra Señora de España (aparecida en 1340), Nuestra
Señora de la Coronada (en 1520), Piedras Albas (1460), La Peña (1470), La
Blanca (1859). Es curioso comentar que en otros repertorios relativos a
santuarios, como son los de Juan de Ledesma, Fray Antonio de Santa María o de
Villafañe, no aparecen relatados ninguno de los del Andévalo.
En las narraciones de Fray Felipe de
Santiago, aparecen singularidades y afinidades comunes a todas las advocaciones
del Andévalo: los protagonistas o videntes son pastores, cazadores o ganaderos
de la zona con nombre y apellidos; todas las leyendas tiene una fecha precisa;
las leyendas involucran a dos poblaciones (Valverde y Calañas, Beas y Calañas,
El Almendro y Castillejos).
CALAÑAS, 2018
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