lunes, 23 de septiembre de 2019

De las fiestas profanas y religiosas entre los años 1680 y 1808 (II)

EL CLERO Y LAS DIVERSIONES



La afición a la copla y al baile alcanzó por igual a todos los estamentos sociales. Señores y vasallos gustaban, sin excepción, de las fiestas y fueron protagonistas de idénticos “desórdenes”. Uno de los ambientes en el que arraigó con fuerza este modo de vida fue el eclesiástico. Los curas “enfandangados” formaban “tertulias”, acudían a “funciones“, se divertían en las romerías, corrían toros a pie y a caballo y rondaban los pueblos entonando canciones eróticas. La distancia que separaba las comarcas onubenses de la sede arzobispal y la implicación de algunos vicarios en los “excesos” garantizaban la impunidad de estos comportamientos. En 1684, Palafox y Cardona, prelado sevillano, quedó atónito ante el abandono y la corrupción del clero de Huelva y procesó a los curas más señalados sin que su esfuerzo por limpiar de vicios la iglesia produjese más que algún tímido resultado. Las fiestas a las que rara vez faltaban los clérigos eran las bodas y bautizos. En 1688, el presbítero Barrera y Vallina era asiduo en las “casas de novias” donde se festejaban esponsales y en los duelos en los que abundaban la bebida y la comida. (AOH Leg 11) La Iglesia vigilaba de cerca la presencia de sus miembros en estas reuniones ya que muchos acudían en traje seglar, contraviniendo el mandato de Palafox que, desde 1691, los obligaba a “andar vestidos con tonsura y hábito clerical decente”.    Por desobediencia a este precepto fue encausado en1693 y 1703 el presbítero de Calañas Diego Díaz Borrero porque “sale a rondar de noche y no vuelve hasta el día, con su polaina, capa de paño y pistola” (AOH Leg 6)



Las fiestas de toros fueron en el siglo XVIII la forma de diversión más tumultuaria, no por el juego en sí sino por los “excesos” que propiciaban. “Los de la bota y la tortilla” eran por lo general desordenados que aprovechaban la diversión para juntarse con mujeres, comer y beber en los andamios y luego cantar y bailar en los saraos que se organizaban al término del “juego“. No por casualidad, las medidas contra las corridas alcanzaron a los bailes que nada tenían que ver con correrlos, sortearlos o matarlos. La prohibición de las festividades que hacían los calañeses en la Coronada incluyó por igual correr toros, pernoctar en el campo, los convites, paseos a caballo, la apertura de tabernas, danzas y “cualquiera otro exceso de los experimentados hasta el presente” (AMGi Leg 118). La jurisdicción eclesiástica fue extremadamente dura en el intento de depurar estos vicios. El procesamiento de los curas desordenados venía precedido de “advertencias“, encomendadas a vicarios y clérigos de edad. La experiencia confirma que rara vez producían resultado porque mucho podía la sotana pero mayor era el tirón de la vida. La perseverancia en los “excesos” daba paso a la prisión de los encausados en “las cárceles del señor arzobispo” en las que permanecían hasta sentencia. Cumplida la pena, el reo era rehabilitado en su ministerio aunque los más recaían en los “excesos” o se apartaban definitivamente de la vida religiosa. Los archivos eclesiásticos, la fuente por excelencia para el estudio del arraigo en el clero de la afición a las coplas y bailes, prueban que algunos no pudieron sustraerse a la pasión que despertaban las diversiones. Los curas aficionados al toreo, a los bailes y a las rondas disfrutaban en este ambiente que no se sujetaba a ningún mandato ni reconocía autoridad alguna.

Dos vicios extendidos entre los curas “enfandangados“ fueron la destrucción de honras y las borracheras. Algunos eclesiásticos se vanagloriaban de entrar en casas de mujeres solteras y casadas burlando a sus padres y maridos, sin atender al daño moral que causaban a las víctimas. Otro gran protagonista de escándalos fue el presbítero de Calañas Diego Díaz Barrero, al que sus feligreses consideraban “un desatado en vicios”. Todos los días se jugaba a “los tres siete” algún “cuartillo de vino” en la taberna de Bartolomé Pérez., de la que rara vez salía antes de la madrugada. Sus rondas y fiestas eran sonadas: “Todas las noches sale con otros mozos de ronda con espada y broquel asistiendo a bailes aunque no sale a bailar“ (AOH Calañas leg 6). De sus amenazas con escopetas, pistola o cuchillos no se libraron ni las mismas autoridades. Su vestido dejaba mucho que desear: “Anda de día y de noche en hábito puramente seglar y aun en este género con indecencia de estado y caídas las medias”. Más de una vez se ausentaba de la parroquia y se marchaba semanas enteras de montería. En las veladas de caza gustaba desacreditar a sus convecinas: “Fulana tiene este vicio. Zutana es incontinente” (AOH Calañas Leg 6). 

CALAÑAS, 2019

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