miércoles, 18 de septiembre de 2019

De las fiestas profanas y religiosas entre los años 1680 y 1808 (1)

De un estudio realizado por Don Juan Francisco Canterla González, titulado "Coplas, bailes y fandangos en los confines de Andalucía 1680-1808" que he encontrado muy interesante, he sacado un extracto en la parte que relata acontecimientos relacionados con Calañas y sus fiestas en esa época.
 
Uno de los elementos que dieron cohesión a algunos territorios de la provincia de Huelva fueron las diversiones, término amplio que integraba diversos entretenimientos, desde los juegos de toros a los bailes pasando por todos los modos de regocijo. El absentismo nobiliario y las prohibiciones eclesiásticas dejaron un protagonismo casi exclusivo a las diversiones populares, fuesen religiosas o profanas. Particularmente, las ermitas importantes, como Santa Eulalia, San Mamés, El Valle, La Coronada, San Benito, Piedras Albas o La Cinta, fueron centros de atracción de gentes que llegaban de comarcas muy distantes para participar en las solemnidades religiosas, toros y danzas y para negociar sus frutos y ganados. Las fiestas en honor de los patronos junto con los bailes que hacían los particulares en sus casas, constituyen la fuente del corpus de coplas, bailes y fandangos que sobrevivieron a la vigilancia y condenas de la Iglesia y de las autoridades ilustradas.

La recuperación de las fiestas populares, poco atractivas para los viajeros del XVIII, ha sido posible gracias a los autos de criminal, civiles y religiosos, libros de actas capitulares, papeles de las cofradías, libros de visita y libros de cuentas. La mayor parte de los datos proceden de los archivos eclesiásticos, particularmente de los procesos penales conservados en el Archivo del Obispado de Huelva, una excelente colección documental imprescindible
para el conocimiento de la vida diaria de los pueblos de los confines en el Siglo de las Luces. A diferencia de las actas capitulares, diario de las disposiciones de los Cabildos, los pleitos penales conservan testimonios de gente sencilla sobre cosas dispares, entre las que se
encuentran las coplas y los bailes. Todas las canciones que aparecen en el Repertorio final de este libro fueron dichas a los escribanos por campesinos, sacristanes, curas y artesanos que
las conocían de memoria por haberlas oído cantar o fueron incorporadas de oficio a los autos en las mismas “papeletas” en que fueron escritas, fijadas a los muros o repartidas a mano.
 

FIESTAS  RELIGIOSAS.-


Los devotos de Calañas, la noche previa a la peregrinación a la Coronada, se divertían, comían, bebían y reunían dinero para la compra de la vaca y licores que se almacenaban en la “Casa del vino”, una dependencia próxima a la ermita. En otros pueblos, la fiesta coincidía con el comienzo de la peregrinación. El camino,
casi siempre en primavera, a pie o en bestias, era el primer escenario de “desórdenes” propiciados por la excesiva ingesta de alcohol. Los mayores “excesos” sin embargo se reservaban para el entorno de las ermitas. Particularmente, la víspera de la procesión,
hombres y mujeres se perdían en el bosque de encinas y pinos. Como decía Alonso Jurado "calientes de vino y aguardiente, ya se sabe que puede hacerse” (AOH Ib) Durante la peregrinación los vecinos no paraban de bailar. Lo reconocen los textos prohibicionistas. Desconocemos los nombres concretos de las danzas aunque no debían ser distintas de las que bailaban en las plazas y en sus casas, es decir, seguidillas y fandangos. Otras, tildadas de “indecentes”, han pasado a la historia sin nombre de pila. Las solemnidades en las parroquias y ermitas intramuros eran menos ruidosas ya que la presencia de la autoridad actuaba como elemento disuasorio de los excesos. Raro era el pueblo de cierta importancia en el que no vivían cinco o seis curas, vigilantes de las conductas desordenadas. Dos villas que las prodigaron fueron Calañas y Gibraleón. Los calañeses, hombres y mujeres, se reunían las vísperas de San Sebastián y San Roque en chozas y hacían una fiesta que continuaba hasta la procesión del día siguiente. El
comportamiento de los olontenses, mucho más escandaloso, mereció la condena del Consejo de Castilla. Los “excesos” de los peregrinos obligaron a las autoridades a trasladar los cultos a las parroquias, una medida impopular que sólo sirvió para propagarlos.


OTRAS FIESTAS DEL AÑO

 El santo más venerado del primer mes del año era San Sebastián. Su “eficacia” protectora ante la peste, lo convirtió, junto a San Roque, en patrón de numerosos pueblos onubenses en los que los vecinos le consagraron santuarios. El culto al santo se consolidó en los pueblos del entorno del Odiel.
 La diversión por excelencia del mes eran las Carnestolendas que figuran en el Catálogo de 1724 como fiesta de obligado respeto por los tribunales. El carnaval se celebraba en los pueblos onubenses a la manera de reunión tumultuaria y callejera en la que hombres y mujeres cantaban, bailaban, comían y bebían. Febrero era también el mes de los juegos de ortigas. No en balde es la época en la que crecen en las huertas con exuberancia. 


El doce de enero de 1725, Francisco Ramos, justicia mayor de Niebla dio a conocer a las autoridades de su jurisdicción la existencia de un juego que estaba causando entre los vecinos “grave perjuicio para la salud espiritual”. La diversión consistía en la introducción de ortigas entre las piernas y escotes de las muchachas mientras se bamboleaban en los columpios que colgaban de los árboles de los huertos. Las mozas, a sentir el escozor que le producían las hojas, se levantaban las ropas para aliviarse, en medio de las risas de los presentes. Transcribimos literalmente, para que no se pierda detalle, el escrito del justicia: “Los ilícitos juegos de festines de Carnestolendas con ortigas y columpios y otros semejantes introduciendo dichas ortigas los hombres a las mujeres en lo interior de su cuerpo y partes ocultas. Y de dichos columpios se sigue gran deshonestidad para la concurrencia de los hombres con las mujeres, estando estas en dichos columpios y aquellos poniéndose en paraje en donde puedan ver los bajos y partes interiores de ellas, todo ello en perjuicio de Dios Nuestro Señor y de su conciencia y en contravención de las leyes de estos reinos y providencias. Semejantes deshonestidades, para ocurrir a su remedio en esta villa y lugares de su jurisdicción, respecto de estar próximo el tiempo de Carnestolendas … Manda Su Merced se publique por vía de pregonero que ninguna persona de cualquier estado o condición use de las referidas ortigas ni concurra a juegos de semejante deshonestidad como tampoco a donde haya los referidos columpios, pena de veinte ducados y diez días de cárcel, además de proceder contra los inobedientes habiendo muchos modos honestos para la diversión” (AMEl Al Leg 1). El mandato del justicia de Niebla puso en aviso a las autoridades. 
En Calañas la diversión fue prohibida reglamentariamente como acto contrario a los usos y buenas costumbres que debían orientar la felicidad de los vecinos. Los Autos de Buen Gobierno de 1728 prescribieron en el capítulo dieciocho “que ningún vecino, así de esta villa como de los lugares de su jurisdicción, en el tiempo de Carnestolendas de fiestas, ni ortigas, ni columpios, ni demás juegos ni acciones deshonestas que causan ruina espiritual” (AMCa Leg 4)

CALAÑAS, 2019


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