De un estudio realizado por Don Juan Francisco Canterla González, titulado "Coplas, bailes y fandangos en los confines de Andalucía 1680-1808" que he encontrado muy interesante, he sacado un extracto en la parte que relata acontecimientos relacionados con Calañas y sus fiestas en esa época.
Uno
de los elementos que dieron cohesión a algunos territorios de la provincia de
Huelva fueron las diversiones, término amplio que integraba diversos
entretenimientos, desde los juegos de toros a los bailes pasando por todos los
modos de regocijo. El absentismo nobiliario y las prohibiciones eclesiásticas
dejaron un protagonismo casi exclusivo a las diversiones populares, fuesen
religiosas o profanas. Particularmente, las ermitas importantes, como Santa
Eulalia, San Mamés, El Valle, La Coronada, San Benito, Piedras Albas o La
Cinta, fueron centros de atracción de gentes que llegaban de comarcas muy
distantes para participar en las solemnidades religiosas, toros y danzas y para
negociar sus frutos y ganados. Las fiestas en honor de los patronos junto con
los bailes que hacían los particulares en sus casas, constituyen la fuente del
corpus de coplas, bailes y fandangos que sobrevivieron a la vigilancia y
condenas de la Iglesia y de las autoridades ilustradas.
La
recuperación de las fiestas populares, poco atractivas para los viajeros del
XVIII, ha sido posible gracias a los autos de criminal, civiles y religiosos,
libros de actas capitulares, papeles de las cofradías, libros de visita y
libros de cuentas. La mayor parte de los datos proceden de los archivos
eclesiásticos, particularmente de los procesos penales conservados en el
Archivo del Obispado de Huelva, una excelente colección documental
imprescindible
para
el conocimiento de la vida diaria de los pueblos de los confines en el Siglo de
las Luces. A diferencia de las actas capitulares, diario de las disposiciones
de los Cabildos, los pleitos penales conservan testimonios de gente sencilla
sobre cosas dispares, entre las que se
encuentran
las coplas y los bailes. Todas las canciones que aparecen en el Repertorio
final de este libro fueron dichas a los escribanos por campesinos, sacristanes,
curas y artesanos que
las
conocían de memoria por haberlas oído cantar o fueron incorporadas de oficio a
los autos en las mismas “papeletas” en que fueron escritas, fijadas a los muros
o repartidas a mano.
FIESTAS RELIGIOSAS.-
Los
devotos de Calañas, la noche previa a la peregrinación a la Coronada, se
divertían, comían, bebían y reunían dinero para la compra de la vaca y licores
que se almacenaban en la “Casa del vino”, una dependencia próxima a la ermita.
En otros pueblos, la fiesta coincidía con el comienzo de la peregrinación. El
camino,
casi
siempre en primavera, a pie o en bestias, era el primer escenario de
“desórdenes” propiciados por la excesiva ingesta de alcohol. Los mayores
“excesos” sin embargo se reservaban para el entorno de las ermitas. Particularmente,
la víspera de la procesión,
hombres
y mujeres se perdían en el bosque de encinas y pinos. Como decía Alonso Jurado "calientes
de vino y aguardiente, ya se sabe que puede hacerse” (AOH Ib) Durante la peregrinación
los vecinos no paraban de bailar. Lo reconocen los textos prohibicionistas. Desconocemos
los nombres concretos de las danzas aunque no debían ser distintas de las que
bailaban en las plazas y en sus casas, es decir, seguidillas y fandangos.
Otras, tildadas de “indecentes”, han pasado a la historia sin nombre de pila. Las
solemnidades en las parroquias y ermitas intramuros eran menos ruidosas ya que
la presencia de la autoridad actuaba como elemento disuasorio de los excesos.
Raro era el pueblo de cierta importancia en el que no vivían cinco o seis
curas, vigilantes de las conductas desordenadas. Dos villas que las prodigaron
fueron Calañas y Gibraleón. Los calañeses, hombres y mujeres, se reunían las
vísperas de San Sebastián y San Roque en chozas y hacían una fiesta que
continuaba hasta la procesión del día siguiente. El
comportamiento
de los olontenses, mucho más escandaloso, mereció la condena del Consejo de
Castilla. Los “excesos” de los peregrinos obligaron a las autoridades a
trasladar los cultos a las parroquias, una medida impopular que sólo sirvió
para propagarlos.
OTRAS FIESTAS
DEL AÑO
El santo más venerado del primer mes del año
era San Sebastián. Su “eficacia” protectora ante la peste, lo convirtió, junto
a San Roque, en patrón de numerosos pueblos onubenses en los que los vecinos le
consagraron santuarios. El culto al santo se consolidó en los pueblos del
entorno del Odiel.
La diversión por excelencia del mes eran las
Carnestolendas que figuran en el Catálogo de 1724 como fiesta de obligado
respeto por los tribunales. El carnaval se celebraba en los pueblos onubenses a
la manera de reunión tumultuaria y callejera en la que hombres y mujeres
cantaban, bailaban, comían y bebían. Febrero era también el mes de los juegos
de ortigas. No en balde es la época en la que crecen en las huertas con
exuberancia.
El doce de enero de 1725, Francisco Ramos, justicia mayor de
Niebla dio a conocer a las autoridades de su jurisdicción la existencia de un
juego que estaba causando entre los vecinos “grave perjuicio para la salud
espiritual”. La diversión consistía en la introducción de ortigas entre las
piernas y escotes de las muchachas mientras se bamboleaban en los columpios que
colgaban de los árboles de los huertos. Las mozas, a sentir el escozor que le
producían las hojas, se levantaban las ropas para aliviarse, en medio de las
risas de los presentes. Transcribimos literalmente, para que no se pierda
detalle, el escrito del justicia: “Los ilícitos juegos de festines de
Carnestolendas con ortigas y columpios y otros semejantes introduciendo dichas
ortigas los hombres a las mujeres en lo interior de su cuerpo y partes ocultas.
Y de dichos columpios se sigue gran deshonestidad para
la concurrencia de los hombres con las mujeres, estando estas en dichos
columpios y aquellos poniéndose en paraje en donde puedan ver los bajos y
partes interiores de ellas, todo ello en perjuicio de Dios Nuestro Señor y de
su conciencia y en contravención de las leyes de estos reinos y providencias.
Semejantes deshonestidades, para ocurrir a su remedio en esta villa y lugares
de su jurisdicción, respecto de estar próximo el tiempo de Carnestolendas …
Manda Su Merced se publique por vía de pregonero que ninguna persona de
cualquier estado o condición use de las referidas ortigas ni concurra a juegos
de semejante deshonestidad como tampoco a donde haya los referidos columpios,
pena de veinte ducados y diez días de cárcel, además de proceder contra los
inobedientes habiendo muchos modos honestos para la diversión” (AMEl Al Leg 1).
El mandato del justicia de Niebla puso en aviso a las autoridades.
En Calañas
la diversión fue prohibida reglamentariamente como acto contrario a los usos y
buenas costumbres que debían orientar la felicidad de los vecinos. Los Autos de
Buen Gobierno de 1728 prescribieron en el capítulo dieciocho “que ningún
vecino, así de esta villa como de los lugares de su jurisdicción, en el tiempo
de Carnestolendas de fiestas, ni ortigas, ni columpios, ni demás juegos ni
acciones deshonestas que causan ruina espiritual” (AMCa Leg 4)
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