Pedro, como decía Don Cristóbal
Arenas Romero en un artículo de la Revista de la Virgen del año 2002 titulado
" A la memoria de Pedro "Romerito de Calañas"", se fue
silenciosamente, no dejando más testimonio que la casita donde vivió y donde
cuidaba de sus bestias, para las que salía a diario con su carrillo y su hoz en
busca de su sustento. En épocas pasadas, cuando aún al agua corriente no se
había traído a la población, utilizando unas angarillas traía de la Fuente
García sus cántaros llenos que vendía por las calles de Calañas.
También fue porteador de bultos y
maletas desde la estación del ferrocarril a cualquier calle de Calañas que se le solicitaba en un desvencijado carrillo de manos que manejaba a la
perfección y siempre con una cuerda que pasando por su cuello, iba atada a cada
mango del transporte, menesteres que compartió con El Cano, Casimiro, José el
de la Martina.....
De su
afición a los toros, principal fijación que tenía, no podemos olvidarnos. En la
misma Calle donde vivía, Coronel Aranda número 1 (ahora Severo Ochoa de Albornoz o El Palmar) estuvo ubicada la Peña Taurina
Pedro Crespo Romero "El tigre de Calañas", que fue regenteada por Don
José Gómez Marín, vecino de Gibraleón, quien se surtía de las acreditadas bodegas de Parralo
(Gibraleón), tal y como reza en un anuncio de la época.
En ésta Peña, el amigo Pedro, por las tardes, daba la reseña de la corrida que había soñado, con toros zaínos de la ganadería Cuadri. LLegaba a la Peña con una bolsa de lona donde guardaba el estoque de madera, la muleta y dos pares de sonajas con las que animaba la fiesta al final del relato taurino. Pedro dibujaba su particular corrida dando pases de todo tipo y finalizando con la suerte de matar. Un día un cliente le dijo:" quitate que voy a limpiar la sangre del toro".
Alguna que otra vez sacaba una
franela roja, cogía la espada y retaba a las grandes figuras del toreo del
momento de las que se le oía decir "envenenan mis alimentos para que muera y no
verse desbancadas". Según Arenas, tenía su peculiar forma de matar,
denominada "la muerte del dornillo", ideada cuando un día en el
Pozuelo, un toro suizo lamía el dornillo donde acababa de comer el gazpacho.
La suerte consistía en que en vez de la muleta cogía un dornillo impregnado de
caldo de gazpacho y al pasar el toro lo matabas por el costado.
En fechas cercanas a las Fiestas de la
Virgen, ya estaba elaborando pequeñas cruces de cáscara de pino que a modo de colgante intentaba
vender. Su indumentaria se trasformaba para esos días de romería en los que
tanto disfrutaba: adornos de flecos en los pantalones, algún colgante para la
americana, sus célebres sonajas hechas de chapas de los tapones de las botellas
de cervezas machacados de las que colgaban cintas multicolores......alguna guitarra a la que intentaba sacar sonidos sin
conseguirlo pero que le servía de acompañamiento para sus entonados cantes y sus propias
letras.....también hizo de tamborilero, con tambor y flauta, acompañando a
Carmelo y José María en las Procesiones.
Un día, se empezó a decir en Calañas
que Pedro el Bizco se había muerto. Luego se desmintió la noticia, que estaba
ingresado en Huelva, pero que vivía. Al cabo de breve tiempo los comentarios se
convirtieron en realidad.
Seguro que pasarías por algún
ruedo de negro albero y un morlaco negro zaíno no acudió al engaño de tus
verónicas y clavó sus asesinas astas en tu carne torera y de buena gente,
regando con tu sangre aquel tétrico ruedo donde toreaste tu última corrida.
(C.Arenas)
CALAÑAS, 2015
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