lunes, 30 de septiembre de 2019

HEMEROTECA (8)

Dedico ésa Sección con el título genérico de HEMEROTECA, al relato breve de acontecimientos o hechos que tuvieron lugar en Calañas a partir del año 1800 y que considero dignos de conocerse o al menos, algunos de ellos por curiosos.


1904.- El día 6 de agosto de ese año, el periódico El Motín, en su número 31 relata en un artículo titulado "Frutos del fanatismo" la siguiente noticia:



1905.- El día 27 de enero de ese año, el Semanario librepensador Los Dominicales, en su número 205, inserta la siguiente noticia:
  
CALAÑAS, 2019

De las fiestas profanas y religiosas entre los años 1680 y 1808 (III)

A comienzos del XVIII, los vecinos de Calañas solicitaron al prior de ermitas autorización para crear la cofradía de la Coronada. La respuesta se retrasó hasta 1703 y accedió a la solicitud con condiciones: “Nos, don Francisco José Delgado Ayala le concedemos a cada uno de los dichos devotos in solidum puedan celebrar misas y fiestas .. con tal que se guarde y observen toda modestia y silencio, como también en las celebridades de fiestas, prohibiendo en ellas, como desde ahora prohibimos, las veladas, músicas, bailes y otros entretenimientos escandalosos que en semejantes funciones suelen acaecer” (Tejada Romero 2006 pag 60). 


No faltaron en este periodo nuevas prohibiciones de bailes y fiestas en los santuarios. El veintisiete de agosto de 1703, Ussum y Soria denunció a Diego Díaz Barrero, clérigo de menores de Calañas por “desatado en toda clase de vicios”. Su informante le había confirmado que era asiduo a las tabernas, aficionado a los naipes y portador de armas “con las que intentaba muchas veces matar y herir”. Era también jurador, detractor de honras y aficionado a los bailes públicos, a los que asistía con hábito secular. Su pasión por las monterías le llevaba a abandonar semanas enteras el servicio y para colmo de desorden, vivía amancebado con una gitana. Don Diego fue encarcelado, condenado y corregido. Las primeras prohibiciones de las fiestas fueron dictadas en Calañas en 1728, aunque dispersas entre otra varia legislación. Los siguientes capítulos lo prueban: “Tercero: Que (los vecinos) no anden en cuadrillas de tres personas arriba, especialmente con armas, pena de pérdida, diez ducados y diez días de cárcel. Sexto. Que ninguna persona sea osada de jugar dardos ni naipes ni otros juegos prohibidos por leyes y Pragmáticas de estos reinos. Noveno. Que ninguna persona trabaje los días de fiesta ni juegue bolos ni otros juegos prohibidos. Décimo octavo. Que ningún vecino de esta villa así como de los lugares de su jurisdicción haga en el tiempo de Carnestolendas fiestas ni ortigas ni demás juegos, ni acciones deshonestas que causan la ruina espiritual”. 

Los vecinos debieron hacer poco caso a estos preceptos. Lo acredita el juramento de los oficios al tomar posesión de sus empleos. En marzo de 1731 “el sargento mayor (y) el alcalde del lugar presentaron y recibieron por alcalde, regidores (y) síndico procurador general (que) prometieron defender la pureza de la Inmaculada Concepción de María Santísima Nuestra Señora, castigar los escándalos públicos, quitar los escándalos de este lugar” (AMCa Leg 4). Al hilo de los avances legales, las prohibiciones eclesiásticas se hicieron esporádicas y perdieron el carácter de mandatos generales, aunque la colaboración de los “dos estados” aseguraba, en todo caso, la protección completa del orden social. Una primera muestra de este trabajo coordinado fue la carta que el arzobispo  co-administrador de Sevilla dirigió el treinta y uno de julio de 1751 a los alcaldes de Valverde y Calañas instándolos a “celar que no haya bailes provocativos, cantares lascivos ni cosas que puedan ofender la pureza e integridad de las costumbres cristianas, en las noches que anteceden a la festividad en que solemnizan a Nuestra Señora de la Coronada y (Nuestra Señora de España)” (Tejada 2006 pág 175). En 1796 y 1807, las autoridades eclesiásticas y los órganos superiores del Estado la emprendieron conjuntamente contra los vecinos de El Almendro, Castillejos, Calañas, Valverde, Beas y Gibraleón, dispuestos a extinguir sus “excesos”. En ambos casos, la autoridad religiosa se limitó a denunciar los desórdenes y el Consejo de Castilla a investigarlos, corregirlos y sancionarlos. Mucho más dura fue la intervención del Consejo de Castilla para poner fin a los desórdenes que los vecinos de Calañas, Valverde y Beas causaban durante las romerías de La Coronada y Nuestra Señora de España, ambas a orillas del Odiel. Antes de entrar en el contenido de la prohibición interesa detallar los hechos que provocaron la decisión del Consejo. En 1802, las autoridades eclesiásticas, o para ser más concretos, un cura de Calañas, denunciaron los escándalos que se originaban en la Coronada y mandó vigilarlos. Resultado de ello fueron dos Informes, uno de cinco de octubre de 1803, causante de la decisión del Consejo, y otro de fecha posterior, elaborado en respuesta a unas instrucciones de marzo de ese año, del que no hay otra noticia que su solicitud y que no debió agravar las medidas ya adoptadas, muy rigurosas. La primera fiesta investigada fue la que los calañeses hacían el último domingo de agosto en la ermita de la Coronada. La celebración se iniciaba la víspera con un ágape en el que los comensales, por lo general, arrieros, aportaban dinero para comprar una vaca, vino y aguardiente que consumían gratuitamente los peregrinos. El Informe recogía el repertorio de “excesos” de los calañeses: “Consumir los días y noches en visitar tabernas ir los hombres y mujeres juntos de día y de noche, mucha diversión, mucha bebida y quiebra de todas las reglas de la decencia y el orden” (AMGi Leg 118). También los valverdeños peregrinaban a La Coronada. El informante del Consejo se limitó en este caso a expresar que “sus excesos eran aun mayores si cabe”. Una carta escrita por un cura de Beas a sus superiores en 1772 ha conservado el retrato del prototipo de peregrino: “Familias las más infelices y no de mejores costumbres que salen de este lugar para dicha ermita en donde gastan cuatro días cuatro días convirtiéndolos en fandangos sin cesar y en borracheras “(AOH Beas Leg 9). También fueron investigadas las cofradías de San Sebastián y San Roque de Calañas y Gibraleón. Los devotos calañeses levantaban chozas en las que se reunían hombres y mujeres. Estos excesos merecían, en opinión del Consejo Supremo, vigilancia y corrección sin atender a la antigüedad de la fiestas. La resolución fue ejemplar: “Enterado el Consejo de todo y de lo expuesto por el señor fiscal, ha resuelto entre otras cosas, se diga a esa Real Audiencia que en uso de sus facultades y en cumplimiento de los prevenido en las Reales Ordenes del asunto, acuerde las que dicte su celo para que en las festividades de los Santuarios de Calañas, Beas, Valverde y Gibraleón con los nombres de La Coronada, San Sebastián, San Roque y cualquier otro, no permita la pernoctación de gentes en los campos y ermita, convites generales, paseos a caballo, juegos del toro, nombramientos populares de mayordomos, establecimiento de tabernas, danzas en las procesiones, ni cualquiera otro exceso de los experimentados hasta el presente; reduciendo dichas festividades al sólo culto interior del Santuario con el decoro y majestad correspondiente, haciendo responsables a los justicias de los respectivos pueblos de toda ulterior contravención, con las demás penas que se estime necesarias” (AMGi Leg 118). 

CALAÑAS, 2019

lunes, 23 de septiembre de 2019

De las fiestas profanas y religiosas entre los años 1680 y 1808 (II)

EL CLERO Y LAS DIVERSIONES



La afición a la copla y al baile alcanzó por igual a todos los estamentos sociales. Señores y vasallos gustaban, sin excepción, de las fiestas y fueron protagonistas de idénticos “desórdenes”. Uno de los ambientes en el que arraigó con fuerza este modo de vida fue el eclesiástico. Los curas “enfandangados” formaban “tertulias”, acudían a “funciones“, se divertían en las romerías, corrían toros a pie y a caballo y rondaban los pueblos entonando canciones eróticas. La distancia que separaba las comarcas onubenses de la sede arzobispal y la implicación de algunos vicarios en los “excesos” garantizaban la impunidad de estos comportamientos. En 1684, Palafox y Cardona, prelado sevillano, quedó atónito ante el abandono y la corrupción del clero de Huelva y procesó a los curas más señalados sin que su esfuerzo por limpiar de vicios la iglesia produjese más que algún tímido resultado. Las fiestas a las que rara vez faltaban los clérigos eran las bodas y bautizos. En 1688, el presbítero Barrera y Vallina era asiduo en las “casas de novias” donde se festejaban esponsales y en los duelos en los que abundaban la bebida y la comida. (AOH Leg 11) La Iglesia vigilaba de cerca la presencia de sus miembros en estas reuniones ya que muchos acudían en traje seglar, contraviniendo el mandato de Palafox que, desde 1691, los obligaba a “andar vestidos con tonsura y hábito clerical decente”.    Por desobediencia a este precepto fue encausado en1693 y 1703 el presbítero de Calañas Diego Díaz Borrero porque “sale a rondar de noche y no vuelve hasta el día, con su polaina, capa de paño y pistola” (AOH Leg 6)



Las fiestas de toros fueron en el siglo XVIII la forma de diversión más tumultuaria, no por el juego en sí sino por los “excesos” que propiciaban. “Los de la bota y la tortilla” eran por lo general desordenados que aprovechaban la diversión para juntarse con mujeres, comer y beber en los andamios y luego cantar y bailar en los saraos que se organizaban al término del “juego“. No por casualidad, las medidas contra las corridas alcanzaron a los bailes que nada tenían que ver con correrlos, sortearlos o matarlos. La prohibición de las festividades que hacían los calañeses en la Coronada incluyó por igual correr toros, pernoctar en el campo, los convites, paseos a caballo, la apertura de tabernas, danzas y “cualquiera otro exceso de los experimentados hasta el presente” (AMGi Leg 118). La jurisdicción eclesiástica fue extremadamente dura en el intento de depurar estos vicios. El procesamiento de los curas desordenados venía precedido de “advertencias“, encomendadas a vicarios y clérigos de edad. La experiencia confirma que rara vez producían resultado porque mucho podía la sotana pero mayor era el tirón de la vida. La perseverancia en los “excesos” daba paso a la prisión de los encausados en “las cárceles del señor arzobispo” en las que permanecían hasta sentencia. Cumplida la pena, el reo era rehabilitado en su ministerio aunque los más recaían en los “excesos” o se apartaban definitivamente de la vida religiosa. Los archivos eclesiásticos, la fuente por excelencia para el estudio del arraigo en el clero de la afición a las coplas y bailes, prueban que algunos no pudieron sustraerse a la pasión que despertaban las diversiones. Los curas aficionados al toreo, a los bailes y a las rondas disfrutaban en este ambiente que no se sujetaba a ningún mandato ni reconocía autoridad alguna.

Dos vicios extendidos entre los curas “enfandangados“ fueron la destrucción de honras y las borracheras. Algunos eclesiásticos se vanagloriaban de entrar en casas de mujeres solteras y casadas burlando a sus padres y maridos, sin atender al daño moral que causaban a las víctimas. Otro gran protagonista de escándalos fue el presbítero de Calañas Diego Díaz Barrero, al que sus feligreses consideraban “un desatado en vicios”. Todos los días se jugaba a “los tres siete” algún “cuartillo de vino” en la taberna de Bartolomé Pérez., de la que rara vez salía antes de la madrugada. Sus rondas y fiestas eran sonadas: “Todas las noches sale con otros mozos de ronda con espada y broquel asistiendo a bailes aunque no sale a bailar“ (AOH Calañas leg 6). De sus amenazas con escopetas, pistola o cuchillos no se libraron ni las mismas autoridades. Su vestido dejaba mucho que desear: “Anda de día y de noche en hábito puramente seglar y aun en este género con indecencia de estado y caídas las medias”. Más de una vez se ausentaba de la parroquia y se marchaba semanas enteras de montería. En las veladas de caza gustaba desacreditar a sus convecinas: “Fulana tiene este vicio. Zutana es incontinente” (AOH Calañas Leg 6). 

CALAÑAS, 2019

miércoles, 18 de septiembre de 2019

De las fiestas profanas y religiosas entre los años 1680 y 1808 (1)

De un estudio realizado por Don Juan Francisco Canterla González, titulado "Coplas, bailes y fandangos en los confines de Andalucía 1680-1808" que he encontrado muy interesante, he sacado un extracto en la parte que relata acontecimientos relacionados con Calañas y sus fiestas en esa época.
 
Uno de los elementos que dieron cohesión a algunos territorios de la provincia de Huelva fueron las diversiones, término amplio que integraba diversos entretenimientos, desde los juegos de toros a los bailes pasando por todos los modos de regocijo. El absentismo nobiliario y las prohibiciones eclesiásticas dejaron un protagonismo casi exclusivo a las diversiones populares, fuesen religiosas o profanas. Particularmente, las ermitas importantes, como Santa Eulalia, San Mamés, El Valle, La Coronada, San Benito, Piedras Albas o La Cinta, fueron centros de atracción de gentes que llegaban de comarcas muy distantes para participar en las solemnidades religiosas, toros y danzas y para negociar sus frutos y ganados. Las fiestas en honor de los patronos junto con los bailes que hacían los particulares en sus casas, constituyen la fuente del corpus de coplas, bailes y fandangos que sobrevivieron a la vigilancia y condenas de la Iglesia y de las autoridades ilustradas.

La recuperación de las fiestas populares, poco atractivas para los viajeros del XVIII, ha sido posible gracias a los autos de criminal, civiles y religiosos, libros de actas capitulares, papeles de las cofradías, libros de visita y libros de cuentas. La mayor parte de los datos proceden de los archivos eclesiásticos, particularmente de los procesos penales conservados en el Archivo del Obispado de Huelva, una excelente colección documental imprescindible
para el conocimiento de la vida diaria de los pueblos de los confines en el Siglo de las Luces. A diferencia de las actas capitulares, diario de las disposiciones de los Cabildos, los pleitos penales conservan testimonios de gente sencilla sobre cosas dispares, entre las que se
encuentran las coplas y los bailes. Todas las canciones que aparecen en el Repertorio final de este libro fueron dichas a los escribanos por campesinos, sacristanes, curas y artesanos que
las conocían de memoria por haberlas oído cantar o fueron incorporadas de oficio a los autos en las mismas “papeletas” en que fueron escritas, fijadas a los muros o repartidas a mano.
 

FIESTAS  RELIGIOSAS.-


Los devotos de Calañas, la noche previa a la peregrinación a la Coronada, se divertían, comían, bebían y reunían dinero para la compra de la vaca y licores que se almacenaban en la “Casa del vino”, una dependencia próxima a la ermita. En otros pueblos, la fiesta coincidía con el comienzo de la peregrinación. El camino,
casi siempre en primavera, a pie o en bestias, era el primer escenario de “desórdenes” propiciados por la excesiva ingesta de alcohol. Los mayores “excesos” sin embargo se reservaban para el entorno de las ermitas. Particularmente, la víspera de la procesión,
hombres y mujeres se perdían en el bosque de encinas y pinos. Como decía Alonso Jurado "calientes de vino y aguardiente, ya se sabe que puede hacerse” (AOH Ib) Durante la peregrinación los vecinos no paraban de bailar. Lo reconocen los textos prohibicionistas. Desconocemos los nombres concretos de las danzas aunque no debían ser distintas de las que bailaban en las plazas y en sus casas, es decir, seguidillas y fandangos. Otras, tildadas de “indecentes”, han pasado a la historia sin nombre de pila. Las solemnidades en las parroquias y ermitas intramuros eran menos ruidosas ya que la presencia de la autoridad actuaba como elemento disuasorio de los excesos. Raro era el pueblo de cierta importancia en el que no vivían cinco o seis curas, vigilantes de las conductas desordenadas. Dos villas que las prodigaron fueron Calañas y Gibraleón. Los calañeses, hombres y mujeres, se reunían las vísperas de San Sebastián y San Roque en chozas y hacían una fiesta que continuaba hasta la procesión del día siguiente. El
comportamiento de los olontenses, mucho más escandaloso, mereció la condena del Consejo de Castilla. Los “excesos” de los peregrinos obligaron a las autoridades a trasladar los cultos a las parroquias, una medida impopular que sólo sirvió para propagarlos.


OTRAS FIESTAS DEL AÑO

 El santo más venerado del primer mes del año era San Sebastián. Su “eficacia” protectora ante la peste, lo convirtió, junto a San Roque, en patrón de numerosos pueblos onubenses en los que los vecinos le consagraron santuarios. El culto al santo se consolidó en los pueblos del entorno del Odiel.
 La diversión por excelencia del mes eran las Carnestolendas que figuran en el Catálogo de 1724 como fiesta de obligado respeto por los tribunales. El carnaval se celebraba en los pueblos onubenses a la manera de reunión tumultuaria y callejera en la que hombres y mujeres cantaban, bailaban, comían y bebían. Febrero era también el mes de los juegos de ortigas. No en balde es la época en la que crecen en las huertas con exuberancia. 


El doce de enero de 1725, Francisco Ramos, justicia mayor de Niebla dio a conocer a las autoridades de su jurisdicción la existencia de un juego que estaba causando entre los vecinos “grave perjuicio para la salud espiritual”. La diversión consistía en la introducción de ortigas entre las piernas y escotes de las muchachas mientras se bamboleaban en los columpios que colgaban de los árboles de los huertos. Las mozas, a sentir el escozor que le producían las hojas, se levantaban las ropas para aliviarse, en medio de las risas de los presentes. Transcribimos literalmente, para que no se pierda detalle, el escrito del justicia: “Los ilícitos juegos de festines de Carnestolendas con ortigas y columpios y otros semejantes introduciendo dichas ortigas los hombres a las mujeres en lo interior de su cuerpo y partes ocultas. Y de dichos columpios se sigue gran deshonestidad para la concurrencia de los hombres con las mujeres, estando estas en dichos columpios y aquellos poniéndose en paraje en donde puedan ver los bajos y partes interiores de ellas, todo ello en perjuicio de Dios Nuestro Señor y de su conciencia y en contravención de las leyes de estos reinos y providencias. Semejantes deshonestidades, para ocurrir a su remedio en esta villa y lugares de su jurisdicción, respecto de estar próximo el tiempo de Carnestolendas … Manda Su Merced se publique por vía de pregonero que ninguna persona de cualquier estado o condición use de las referidas ortigas ni concurra a juegos de semejante deshonestidad como tampoco a donde haya los referidos columpios, pena de veinte ducados y diez días de cárcel, además de proceder contra los inobedientes habiendo muchos modos honestos para la diversión” (AMEl Al Leg 1). El mandato del justicia de Niebla puso en aviso a las autoridades. 
En Calañas la diversión fue prohibida reglamentariamente como acto contrario a los usos y buenas costumbres que debían orientar la felicidad de los vecinos. Los Autos de Buen Gobierno de 1728 prescribieron en el capítulo dieciocho “que ningún vecino, así de esta villa como de los lugares de su jurisdicción, en el tiempo de Carnestolendas de fiestas, ni ortigas, ni columpios, ni demás juegos ni acciones deshonestas que causan ruina espiritual” (AMCa Leg 4)

CALAÑAS, 2019